sábado, 15 de noviembre de 2014

No es cuento


Era mi primer año como profesor, encontré trabajo en un colegio municipal de mi cuidad para realizar un taller de fútbol. El colegio  se ubica, y digo se ubica por que aún existe, en la periferia de la cuidad, donde las calles tienen un aroma distinto a las calles de cemento. El sector lo conocía, había trabajado ahí en un verano del pasado haciendo un reemplazo en el correo, al cartero del sector, “cuartel once” como se denomina  en el ambiente de encomiendas y estampillas. El establecimiento no era grande pero presentaba por ese entonces bastante matrícula. Naturalmente el taller de fútbol era el más asistido entre los diferentes talleres o actividades extra curriculares de libre elección (me encanta eso de “actividades extra curriculares de libre elección”, suena pulento)
Y ahí estaba yo, con mi vocación intacta, con la ilusión y motivación de realizar un excelente trabajo, con la convicción de incidir de manera sustantiva en algún descarriado o mal enfocado púber,  “el futbol mantiene motivado siempre a los chiquillos, así que no tendré problemas, es más, será una excelente herramienta pedagógica” me decía mientras pedaleaba y pedaleaba camino a mi primer destino profesional.
Eran las 15:30 horas y un día  de Abril, el calor se pronunciaba como lo suele hacer a esas alturas del año, más si estas entrando a un colegio municipal. Me presentó ante los participantes del taller el director del colegio. “se callan todos” dijo,  con voz de director avezado. “les presento al profesor que les va hacer las clases de futbol” dijo con un tono menos avezado. Luego, giro la mirada y me dijo “profesor: cualquier problema que tenga con algún niño, me lo comunica y lo ELIMINAMOS INMEDIATAMENTE del taller”, si claro le dije, “pero no creo que den problemas” le respondí, me miro con cara de director avezado nuevamente, luego se retiró a su oficina, eso creo. Me presenté y pase la asistencia. Es importante tener la asistencia en estos tipos de talleres y más importante es que ésta sea contundente, hay un mínimo de chiquillos por taller que se exige, de lo contrario, los que articulan y gestionan estos talleres - desde la corporación municipal de educación-  se ven en la obligación de darlo por concluido, claro, económicamente no se justificaría. Ese día, el primer día del taller y el primer día de mi ejercicio profesional, la asistencia   llego a 25 participantes, que fluctuaban entre los cursos  de 5°to a 8°vo básico…”hola tío yo soy el Carechala, dígame así no más, todos me dicen así, hasta en mi casa, la dura…” Pensé que los demás se iban a reír, pero no. “…yo no soy tan bueno pá la pelota como mis compañeros, pero igual no ma poh, prefiero estar acá que llegar temprano pa mi casa, la pulenta”, me dijo el Carechala.
 La cancha de  fútbol como tal no era de  fútbol, no creo que exista un colegio municipal en Chile que tenga cancha de fútbol, así que la multicancha de cemento, llena de tierra y con las líneas mal marcadas y por segmentos invisibles, no era un mal escenario. Rápidamente capté a los alumnos más avenjados con la  de cuero, e hicimos 5 equipos. Fue el primer campeonato que organicé. Estupendo.
La segunda clases no fue muy distinta de la anterior, salvo por un hecho que me pareció notable, aunque no lo noté, me lo hicieron notar. Habían trascurrido algunos minutos, cuando se me acerca Mario, el “Caeza de Alcancía”, como le decían sus compañeros, “tío me dice la hora porfa” me dijo en un tono natural, yo no usaba reloj de pulsera, así que la hora y el cronometro me los daba el celular que siempre llevaba en algún lugar de mi ropaje, meto mi mano derecha en respectivo bolsillo, para responder a su demanda, y nada, reviso los otros bolsillos e igual resultado, con cara de “no encuentro mi celu” lo miro, el Caeza de Alcancía en un acto de astucia corrige su postura llevando los hombros hacia tras  y con un cándido aspecto en su rostro asoma un cuarto de sonrisa y me dice “ tío, tiene que estar más vio, acá todos los cauros no son igual de legales que yo”…mete su mano en su bolsillo y me devuelve mi celular, acto seguido, se pone a correr en busca de lo que rodaba por los suelos. Me quede quieto sobre mis dos extremidades y en fracción de  segundos pensé: “tengo que hacer algo, reconvenirlo, no puede pasar por encima burlándose así, mejor hablo con el director…” pero no hice nada, no fui capaz de reaccionar ante peculiar y simpática manera de advertencia, o quizás simple broma. Fue mi primer conflicto como pedagogo,  y no hice absolutamente nada, pero que iba hacer, solo me sacó el celular del bolsillo luego me lo devolvió y a ese ejercicio sumó un consejo del tipo asesor “tío, tiene que estar más vío…”
Pasaron dos o tres semanas, las clases funcionaban, solo tenía que reconvenir las siempre y comunes riñas literatas, saber manejar y sancionar las  faltas descalificadoras sin balón, que abundaban en algunos - el ejercicio de árbitro de pichanga no es una actividad simpática ni simplona, en ocasiones tuve que ser carepalo y sancionar a varios, una lata -. Hasta el día de hoy me cuesta sancionar a los estudiante, de alguna manera entiendo sus comportamientos y arrebatos, pero la sanción es una “herramienta axiomática hacia el aprendizaje y adquisición de valores y etcéteras”, puaj, ¡patrañas!. Admiro a esos colegas que la sanción les sale por los poros… tres veces puaj.!!!
 La cosa fue que me llamaron de la corporación educacional (los grandes jefes) y me preguntaron si podía tomar otras horas de taller de fútbol, en un ‘nuevo colegio’, el profesor titular había renunciado. Naturalmente acepté  con agrado, primer año laboral como profesional y ya estaba en dos colegios, sentí que el destino y yo avanzábamos juntos por primera vez.
Mi medio de transporte seguía siendo la bicicleta, ahorraba bastante en locomoción, la distancia de éstos colegios a mi casa es de varios minutos, así que durante el  pedaleo planificaba las actividades que iba a realizar, un buen profesor no puede dejar nada al azar,  la planificación de clases es y será el mecanismo de obtención de logros y mejoras, aunque fuese para un taller de futbol y aunque se planifique sobre una bicicleta. Puaj.!!!
 Fue en un semáforo en rojo que se me prendió la luz, pensé con natural convicción: “lo único que nos hace falta, a mí y mis alumnos era un partido amistoso”. El partido de alguna manera estaba listo, trabajaba en dos colegios, con niños de la misma edad y en la misma disciplina deportiva. Solo quedaba gestionar con los directores y le dábamos. “Ningún problema profesor, usted me entrega la nómina de alumnos, les mandamos la autorización al apoderado para que la firme, sin ella el alumno no puede participar, y listo” me dijo el director del colegio del Caeza de Alcancía. El partido se realizó en el ‘nuevo colegio, ya que la  multicancha presentaba mejores condiciones que la otra, se notaban más la líneas.
Antes de salir al esperado encuentro amistoso, el director nos reunió a todos en una sala y mirando seriamente a los estudiantes futbolistas les dijo en un tono persuasivo  agresivo: “si alguno de ustedes le da algún tipo de  problemas al profesor, inmediatamente queda fuera del taller de fútbol, les quedo claro”, “si señor director” replicaron a coro, como un acto reflejo involuntario, de un coro eclesiástico.
Nos subimos al micro, en dirección al ‘nuevo colegio’, íbamos 10 jugadores que seleccioné, más el Carechala, como ayudante aguatero. Fue especial la sensación del trayecto, el micrero me miro con una sonrisa al subir y sumó las palabras de “buenas tardes profesor”, la gente nos miraba y acoplaba cálidas sonrisas, tanto a los chiquillos como a mí. Me da la impresión que hay una valoración, por parte de la gente, cuando se topa con alumnos disfrazados de futbolistas y acompañados de su profesor. El trayecto, que duro unos 10 minutos, fue de mi  total agrado y me sentí orgulloso de mi ejercicio profesional.
Comenzó el partido y comenzó la tortura. Me vi expuesto a algo que no había previsto. El árbitro del encuentro era yo, el profesor a cargo de ambos equipos también era yo y eso me paso la cuenta. Todo partido de fútbol tiene el componente competitivo, por más amistoso que fuese, más si son dos colegios de población, eso ni se me había ocurrido. Comenzaron los encontrones, la pierna fuerte, las malas miradas y las burlas, más aún si algún jugador hacia alguna maniobra que denostara a su marcador. Vinieron los goles y las enrostradas en las celebraciones. Yo temía por el desenlace del ‘juego’, así que pité fuerte y les advertí: “haber chicos, este es un partido amistoso, la idea es que lo pasemos bien en torno al juego, no que se burlen del rival, menos que se enfrenten a patadas y puñetes, entendido”. No sé si se habrá notado en mi voz el nerviosismo que sentía, de inmediato se escuchó desde una de las bancas “chaa, entonces cobre bien poh tío, le cobra a ellos nomá”… Continúo el juego, el equipo del Carechala ganaba  tres a uno, aun en el primer tiempo, cuando en una jugada notoriamente mal intencionada el Caeza de Alcancía le pega una patada descalificadora a uno del otro equipo. Como por efecto automático, aparece un alumno de la banca del ‘colegio nuevo’ y se transa a patadas y puñetes con el Cabeza de Alcancía. Ahí se pudrió todo. Comenzó una batalla campal, todos contra todos, yo separaba  a unos pero por el otro lado habían cuatro peleando y gritándose groserías. Aquella guerra de patadas y combos duro unos cuarenta y cinco segundos, y no pude controlarla. Me sentí defraudado. Aparecieron, por fortuna, dos paradocentes  que hacían el aseo a esas horas de la tarde, a separar a los avezados y agresivos ‘futbolistas’. Al fin, controlamos la seguidilla de golpes que alcanzaron a proporcionarse,  lo que no pudimos controlar (junto con los dos paradocentes)  fueron las amenazas que se lanzaba de un lado para otro, amenazas con tintes delictuales que emanaban con fluidez y naturalidad, “cuando te pille en la calle te amo a dar una zarza de puñaladas gil y la con…” se gritaban, si ningún tipo de respeto por mí, ni menos por el colegio en que nos encontrábamos.
 Logré juntar a los diez más el Carechala para retirarnos hacia nuestro establecimiento, sentía rabia y vergüenza, de alguna manera fui el responsable de aquella sucia y negra jornada. La nada de experiencia me pasó la cuenta y pagué el noviciado… nunca pensé que pasaría algo de esa envergadura. Nervioso aún y con las pulsaciones aceleradas me subí al micro con mis alumnos, ellos seguían hablando de lo sucedido, comentando las patadas y los puñetes que propinaron a sus pares, la gente del bus escuchaba extrañada, yo en silencio, cabizbajo, sin autoridad, lejos de ser el profesor ejemplar que era en el viaje de ida, antes del partido de puñetes.

 Lo que quedaba era contarle al director lo sucedido y de alguna manera, reconocerle mi error de haber echo  de doble profesor y arbitro a la vez. Recordé la advertencia del director hacia los alumnos, “si alguno de ustedes le da algún tipo de  problemas al profesor, inmediatamente queda fuera del taller de futbol…”, ¿y si  cumple su palabra? me dije, quedaré sin alumnos y quizás sin taller…pensé. Aquel episodio fue mi segundo conflicto como pedagogo, y no es cuento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario