jueves, 16 de julio de 2015

Encuentro con un poeta


Buscábamos  el mejor lugar para besarnos. Unas veces en las escaleras de cemento frente al estadio, otras en la plaza de los loros frente al mar, donde tallé nuestros nombres en ese banco –años después pasé por ahí y recordé ese momento, no había ni bancos ni menos nuestros nombres, y los loros no me reconocieron-. Ahí el aroma marino nos abrazaba y bañaba con su esencia. Otras veces caminábamos por la costanera en busca de esa plaza con escondites que favorecían lo ávido de nuestras edades. La playa con sus arenas sucias nos prestó caricias en incontables ocasiones. Pasamos tantas veces por ahí, que  ya mirábamos con otros ojos al loco en su encierro, en ese hospital desde donde nos gritaba que nos cuidáramos y que lo dejáramos salir. Lo pasábamos bien. No sabíamos quiénes éramos. Todo paso rápido.
No sé porque me acordé de ese día. El recuerdo  aflora siempre en el momento oportuno. Hoy me reivindico con estas palabras.
Ese día no fuimos a comer al casino, ni a contaminar el paisaje costero. Nos fuimos al cuarto o quinto piso, no recuerdo bien, y en uno de eso pasillos, arropados juntos a los ventanales, nos  dispusimos a comer. Quizás ese día yo haya llevado las ensaladas y ella el plato de fondo. Parecíamos la pareja perfecta. Nada es perfecto. Solo momentos como ese.
¿Ese que esta allá solo al fondo del pasillo es tu compañero? Le pregunto con incredulidad. Había mucha luz ese día, y los ventanales no tenían cortinas, así que le fue difícil reconocerlo ya que a esas horas el sol encandilaba con su esplendor.
Sí, me parece que es El. Me responde débilmente.
El estaba apoyado en una mesa, al fondo del pasillo, con unos libros sobre ella y con un cuaderno abierto, escribía y miraba desde el ventanal. Su aspecto era apacible, quizás estuviese  estudiando, pensamos. Nos despreocupamos después de que ella revisó en su agenda por si no tuviese tareas o algo que entregar en alguna signatura. Quedó con algunas dudas al ver a su compañero en esa actitud de estudio.
De pronto y sin darnos cuenta lo tenemos de frente a nosotros y nos dice: chiquillos, disculpen, les puedo leer algo. Naturalmente les dijimos que sí.
 No pensé en nada, ni menos entendí lo que nos regaló. En esas palabras había algo de melódico. Nosotros nos amábamos arrítmicos. Nunca más hablamos del asunto.

Se fue tal cual había llegado, en silencio. El poeta sabe cómo llegar, nunca más lo vi. Hoy lo recuerdo en estos garabatos.

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