El presente pasado.
Al terminar de almorzar, ejercicio
cotidiano que no demoraba más de tres minutos en ejecutar, se levantaba de su
silla y se alejaba de la mesa lenta y cautelosamente, pasaba por el baño, no
necesariamente para lavarse los dientes o hacer alguna necesidad fisiológica,
pero siempre se lavaba las manos con jabón, bien lavadas. (Esto lo deduzco ya
que siempre al estrechar las manos en el saludo
me dejaba un aroma grato a jabón). Posteriormente, hacía como
que miraba la tv por un par de segundos, siempre de pie frente al televisor, y se acercaba felinamente hacia la puerta que daba al patio,
como ocultándose de cualquier observador, abría un cuarto de su capacidad sin emitir sonido alguno y salía, lento, transparente,
hacia lo que era su libertad. La puerta que daba a la calle siempre estaba sin
seguro, afuera: el estero, la cancha de tierra, los amigos, la pandilla y la
casa del Pillín. (Esa particular manera de salir hacia la calle lo contó él, una
de las veces que jugamos al juego de la verdad, eso de
hacer preguntas y no poder mentir. Yo le pregunte a qué le tenía miedo, el Jano
era corpulento y fuerte, pensé que nos diría “a nada”, pero a mi sorpresa respondió que le temía a que le dijeran que no,
yo no entendí a la primera así que le pedí
que me lo explicara y puso ese ejemplo: “para salir a jugar con ustedes nunca
pido permiso, jamás, existe la posibilidad de que me digan que no, entonces
salgo a escondidas.”)
Apenas salía del recinto - su hogar- su musculatura y su disposición psíquico-corporal, sus facciones, ánimo y
temple, cambiaban diametralmente en comparación a la forma que asumía a la hora
de realizar cualquier actividad casera. Hacer el aseo a la casa o cocinar no
era un extraño ejercicio para él –siempre nos contaba que sabía
cocinar y barrer - y a mí me extrañaba
que el
rudo Jano hiciera el aseo en su casa, incluso lo disfrutaba, decía,
sobre todo si estaba solo, así podía subir el volumen de la radio, pero cuando
estaba su madre o su abuela la cosa no era tan distendida. En la libertad de la
calle las emociones se exacerbaban gracias a su genuina sensibilidad, siempre disfrutó a
concho las posibilidades que daba estar en la calle, no solo lo que se refiere
a la libertad de movimiento o de opinión, si no a las características naturales
del paisaje en sus diversas manifestaciones: la inmensidad del cielo azul o
gris; las grandes y extrañas formas que asumen las nubes, el viento y sus
vaivenes…los grandiosos cerros abrigadores, los árboles -compañeros infatigables-,los aromas de las
distintas estaciones o momentos del día…. la humedad, los barriales, las pozas ,la sequedad de la tierra… Todo era un
todo hermoso para él, conocía y apreciaba todas esas diferencias que solo podía
presenciar fuera de un recinto cerrado, de un techo agobiador, de un ambiente
viciado con aromas de cocina o de cera o
simplemente de las tensiones del día a
día familiar. Cuando El Jano se ponía a hablar de lo que le gustaba del cielo,
las estrellas y las nubes, yo pensaba
que estaba medio loco, además que para mirar el firmamento había que flectar
cuello hacia atrás y levantar el mentón
y la vista, yo me mareaba y me dolía el cuello con dicho ejercicio, así que
vista al frente no más, o al suelo.
Ese día, día curioso de mucho viento
y enormes nubes blancas como algodón que se desplazaban ágilmente por las diferentes rutas de la bóveda celeste,
decidimos, junto con el piño de amigos
de siempre, cruzar el estero que
separaba la calle, – idea naturalmente del Pillín- avanzar por la gran cancha de tierra que
vestía la población y seguir por la calle adyacente hasta llegar al cerro. En el
cerro habitaban esos grandes árboles que se apreciaban desde las ventanas de nuestras
casas, el gran bosque mezquino que no conocíamos, la intriga natural que la
pandilla añoraba explorar desde antaño y que por órdenes irrestrictas de
nuestros distintos padres no podíamos acceder. Solo el Pillín conocía esos
lugares que para nosotros eran distantes…
de impenetrable acceso. Él pudo haber tenido muchas libertades y regalías
dada su particular soledad, naturalmente carecía de órdenes, normas y estructuras. Bueno, en
estricto rigor, yo después también desconocí toda estructura y norma, me
desconocí hasta a mí mismo. A sus padres no los conoció nunca, vivía con su
hermana que trabajaba todos los días, nunca supe en que… yo la vi muy pocas
veces, no debió haber sido más de tres, nunca
le dije palabra alguna, me daba mucha vergüenza, era muy bonita,
quedaba siempre silente ante su belleza…
hay veces que no es necesario hablar. Era raro que la hermana del Pillín fuese
tan agraciada, el Pillín era medio como
yo, alejado de las armonías faciales y más cerca de la tosquedad: Moreno de
nariz ancha….alguna vez pensé que podríamos ser familiares, nos parecíamos
bastante.
La aventura de ese día en el bosque fue magnífica, éramos cuatro muchachos
absolutamente felices, libres de cualquier sentimiento de negatividad…éramos
pura energía felina, unos aventureros naturales libres de prejuicios y de
cualquier diferencia existente, éramos amigos ejemplares…unas aves, unos monos
que subían y bajaban por los arboles, éramos
el otoño y la primavera del bosque… éramos la lluvia y el caluroso sol.
Quizás fuese el Pillín el líder natural del grupo,
no sé si tanto por su avasalladora
personalidad, (ya que todos teníamos lo nuestro, sobre todo el Jano) o por sus ideas más alocadas y traviesas que siempre validamos por cierto, o porque
vivía estratégicamente al medio de nuestros hogares, separados a una cuadra de
distancia justo en la esquina equidistante a nosotros. Pero la particularidad
absoluta y el motivo del liderazgo que
ejercía el Pillín tenía más que ver con características externas a él que con
su peculiar forma de ser. Era que estaba siempre solo en su casa y eso le daba
un estatus inmediato, el sueño que todos
los demás añorábamos, ese aire independiente, para nosotros mocosos de entre
once a doce años no era algo menor. Su casa nunca nos aproblemó en absoluto, al
contrario, la disfrutábamos y la queríamos como nuestra. Era la más modesta de todas, modestia
de una pobreza que ahora miraríamos con
cierta lastima y distancia, por lo menos algunos. Una media agua con dos
habitaciones pequeñas, piso de madera y en algunos tramos cemento o simplemente
tierra, una cocina pequeña que siempre tenía las tazas del té sucias con las bolsas de té ocupadas varias veces,
amarillentas, pero que servían para tres días -decía siempre el Pillín - y era
verdad… servían para tres días de uso. Pero éramos libres y felices ahí dentro,
el olor a pobreza nunca molesto nuestras fosas nasales. El patio, un sitio amplio de varios metros cuadrados, los suficientes como para improvisar una cancha de futbol (era
ideal para jugar a un “tres contra tres”)
se
transformaba en el lugar perfecto para pasar horas chuteando la pelota. Además,
en el patio había un antiguo pozo de agua que se ocupaba para todas las necesidades de la casa, no tenían agua potable. Los bordes de ladrillo y las piedras clásicas del pozo eran acompañados de un sistema arcaico de extracción, una polea fija y un
balde de plástico amarrado por una soga que daba la impresión que en cualquier
momento cedía. La fuerza de brazos era
primordial para la extracción del vital elemento y eso se notaba en El Pillín,
especialmente cuando jugábamos a las
luchas en el improvisado rin de arena
que también decoraba el patio, solo el Jano podía contra él, éste nos ganaba a todos.
Elmo era el capo de las bolitas y el
trompo, era un máster de la precisión y la estrategia, siempre pensé que si hubiese sido cowboy del
oeste hubiera sido el más temido de su época, donde ponía el ojo ponía la bola,
o el trompo. Jugábamos por lo general en las afueras de su casa ya que nos
abrigaba en sombras un enorme sauce llorón que brotaba a despensas del estero (más
encima hacia de local el muy cabrón). Tenía por lo menos quinientas bolitas que
las guardaba celosamente en dos cofres de madera que le había regalado su bisabuelo,
siempre llegaba con esa joya de antigüedad a las partidas y sabíamos que
siempre tenía espacio en la reliquia para llevarse las nuestras –jugábamos al
de “verdi”, pierde paga - . No estuve tan perdido visualizando al Elmo con
pistolas y uniformes de vaquero, años después supe que había entrado a la
marina, bien por él, siempre fue metódico y bien normado, caminaba bien erguido
y era atlético; si bien no era el que sobresalía en las pichangas de fútbol
como el Jano o el Pillín ni menos como yo, era el que siempre corría más
rápido, nunca se cansaba. Trepaba los árboles con naturalidad y osadía y era el
único que podía saltar el estero de un solo impulso…el gran Elmo…murió enfermo
de un cáncer a los huesos, súper joven, no había cumplido los 30 años y estuvo postrado bastante tiempo antes de
cambiar de vida. Lo supe gracias a un
cura que conocí tiempo después, en una conversación… un día de invierno.
A mí me decían el Mariposa, no recuerdo
bien porqué… Vivía en la esquina de la misma calle que el Jano y El Pillín, el
Elmo vivía en la esquina perpendicular, la que daba hacia el cerro y el bosque.
El Pillín siempre decía que la ubicación de nuestras casas formaba una gran “T”, por lo demás era cierto, una T
de triunfo, decía…que éramos el mejor grupo de amigos… que nunca nos íbamos a
separar… que cada uno triunfaría cuando fuésemos grandes…. y que inscribiríamos
a nuestros hijos en el mismo equipo de fútbol… el Defensor. El Jano se emocionaba
siempre cuando el Pillín se ponía a hablar sobre la “T” de triunfo.
Realmente lo creían, no sé bien lo que pensaría Elmo al respecto, ya que nunca
se pronunció, solo reía distante y nervioso cuando el tema salía al tapete,
quizás sospechaba que nunca tendría hijos y que partiría temprano… Yo sabía que
eso que hablaban El Pillín y el Jano sobre el futuro perfecto e idílico eran
puras ilusiones de niños, si bien eran mis amigos y los quería como tal, algo
en mi decía que pasarían cosas… que habrían distancias y días distintos. Este
tipo de proyección fantasiosa solo podía generarse en la mente de un chiquillo
como el Pillín, un paria que no asumía su realidad compleja y triste, una
realidad de abandono y extrema pobreza, ahora entiendo bastantes cosas…
Fueron tres a cuatro años magníficos
de complicidad y sincera amistad, de pensamientos blancos y risas abundantes.
¡Como echo de menos ese bosque, ese aire puro y el sonido de las hojas al
patearlas!... acá lo único que se patea son los remordimientos y las culpas. ¿Por
qué las cosas tuvieron que cambiar, porque tenemos la maldita capacidad humana
de volvernos unas bestias?... Me hubiese quedado toda la puta vida de doce años,
feliz, congelado. Conservo con orgullo e inmensa alegría aquella cicatriz, la
“T” de triunfo que nos marcamos en el “pacto de amistad”, el mismo día que jugamos
al juego de la verdad. Aún se me ve la
cicatriz en mi brazo izquierdo, aunque los tatuajes y otros cortes la camuflan
bastante. ¿Se habrán tatuado alguna vez El Pillín o el Jano, tendrán otras
cicatrices?
Han pasado 23 años desde que me fui de la
población donde crecí y perdí de vista para siempre a mis tres grandes amigos,
perdí bastantes cosas. No le echo la culpa a las nuevas amistades que tuve ni tampoco a mi mamá que se puso a
beber más de la cuenta, menos a las drogas ni a los trabajos de fácil andanza, cada uno elige su destino y forja su presente, su miseria actual. ¿Pero
cómo es posible que un niño deje de serlo y la adultez pase a ser su cruz?
Imborrable aquel día de bosque…las
risas…la transpiración. Sin embargo fue El Pillín quien invitó y motivó la excursión,
por contraste fueron los adultos, nuestros padres quienes no nos dejaban ir…por
suerte los ignoramos.
Acá,
las cosas son de color gris, siempre es invierno, no existen los amigos
desinteresados… no se escuchan ni en
sueños alguna verborrea inocente, menos
las historias blancas que contaban mis
amigos de la infancia (El Pillín tenía algo de mitómano, inventaba cada
historia…yo solo me reía, suspicaz)
Es el cura el que me trae libros de vez
en cuando, es en el único en quien confío acá, el mismo que en una
conversación me habló del Elmo… conoció a sus padres. Me contó también que el
Jano era profesor; al Pillín no lo conoció nunca. Gracias a él me sumerjo en la lectura al igual que me sumergía
en los juegos de antaño - es mi nueva droga -, y cuando me sumerjo en las
diversas lecturas olvido por momentos esta cárcel que me abriga y castiga. Acá estamos solos contra todos, ni las alianzas ni
pactos se respetan, “sálvate solo” me dijo el Negro Perro, el primer día que
llegué… que gran bienvenida.
Bueno, me las gané no más, sabía que podía
terminar así, en cana, lo que no sabía eran los tremendos vaivenes que da la
vida…el cura me dice que tenga fe, que Dios ya me perdonó por mis delitos y por
haberle quitado la vida a ese caballero… lo asalté… otro día de invierno.
De lo
único que estoy seguro a estas alturas de mi vida, después de haber
tenido una humilde niñez pero inmensamente feliz, después de haber visto a mi madre
arruinada por el alcohol, después de haber entrado en las drogas y haber
llegado a matar a un ser humano…después de todo eso, es que si el cura, quien
me visita periódicamente, no tiene razón con lo que me cuenta y lee, nada tiene
sentido en esta pasada por la vida, nada. Eso me tiene con un miedo
insondable.
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