miércoles, 24 de septiembre de 2014


El presente pasado.

Al terminar de almorzar, ejercicio cotidiano que no demoraba más de tres minutos en ejecutar, se levantaba de su silla y se alejaba de la mesa lenta y cautelosamente, pasaba por el baño, no necesariamente para lavarse los dientes o hacer alguna necesidad fisiológica, pero siempre se lavaba las manos con jabón, bien lavadas. (Esto lo deduzco ya que siempre al estrechar las manos en el saludo  me dejaba un aroma grato a jabón). Posteriormente, hacía como que miraba la tv por un par de segundos, siempre de pie frente al   televisor,  y se acercaba  felinamente hacia la puerta que daba al patio, como ocultándose de cualquier observador, abría un cuarto de su capacidad  sin emitir sonido alguno y salía, lento, transparente, hacia lo que era su libertad. La puerta que daba a la calle siempre estaba sin seguro, afuera: el estero, la cancha de tierra, los amigos, la pandilla y la casa del Pillín. (Esa particular manera de salir hacia la calle lo contó  él,  una  de las veces  que jugamos al juego de la verdad, eso de hacer preguntas y no poder mentir. Yo le pregunte a qué le tenía miedo, el Jano era corpulento y fuerte, pensé que nos diría “a nada”, pero a mi sorpresa  respondió que le temía a que le dijeran que no, yo no entendí a la primera  así que le pedí que me lo explicara y puso ese ejemplo: “para salir a jugar con ustedes nunca pido permiso, jamás, existe la posibilidad de que me digan que no, entonces salgo a escondidas.”)
 Apenas salía del recinto - su hogar-  su musculatura y  su disposición  psíquico-corporal, sus facciones, ánimo y temple, cambiaban diametralmente en comparación a la forma que asumía a la hora de realizar cualquier actividad casera. Hacer el aseo a la casa o cocinar no era un   extraño ejercicio  para él –siempre nos contaba que sabía cocinar y barrer -  y a mí me extrañaba que  el  rudo Jano hiciera el aseo en su casa, incluso lo disfrutaba, decía, sobre todo si estaba solo, así podía subir el volumen de la radio, pero cuando estaba su madre o su abuela la cosa no era tan distendida. En la libertad de la calle las emociones  se exacerbaban  gracias a  su genuina sensibilidad, siempre disfrutó a concho las posibilidades que daba estar en la calle, no solo lo que se refiere a la libertad de movimiento o de opinión, si no a las características naturales del paisaje en sus diversas manifestaciones: la inmensidad del cielo azul o gris; las grandes y extrañas formas que asumen las nubes, el viento y sus vaivenes…los grandiosos cerros abrigadores, los árboles  -compañeros infatigables-,los aromas de las distintas estaciones o momentos del día…. la humedad, los  barriales, las  pozas ,la sequedad de la tierra… Todo era un todo hermoso para él, conocía y apreciaba todas esas diferencias que solo podía presenciar fuera de un recinto cerrado, de un techo agobiador, de un ambiente viciado con  aromas de cocina o de cera o  simplemente de las tensiones del día a día familiar. Cuando El Jano se ponía a hablar de lo que le gustaba del cielo, las estrellas y  las nubes, yo pensaba que estaba medio loco, además que para mirar el firmamento había que flectar cuello hacia  atrás y levantar el mentón y la vista, yo me mareaba y me dolía el cuello con dicho ejercicio, así que vista al frente no más, o al suelo.
Ese día, día curioso de mucho viento y enormes nubes blancas como algodón que se desplazaban ágilmente por las  diferentes rutas de la bóveda celeste, decidimos, junto  con el piño de amigos de siempre,  cruzar el estero que separaba la calle, – idea naturalmente del Pillín-  avanzar por la gran cancha de tierra que vestía la población y seguir por la calle adyacente hasta llegar al cerro. En el cerro habitaban esos grandes árboles que  se apreciaban desde las ventanas de nuestras casas, el gran bosque mezquino que no conocíamos, la intriga natural que la pandilla añoraba explorar desde antaño y que por órdenes irrestrictas de nuestros distintos padres no podíamos acceder. Solo el Pillín conocía esos lugares que para nosotros eran distantes… de impenetrable acceso. Él pudo haber tenido muchas libertades y regalías dada su particular soledad, naturalmente carecía de  órdenes, normas y estructuras. Bueno, en estricto rigor, yo después también desconocí toda estructura y norma, me desconocí hasta a mí mismo. A sus padres no los conoció nunca, vivía con su hermana que trabajaba todos los días, nunca supe en que… yo la vi muy pocas veces, no debió haber sido  más de tres, nunca  le dije palabra alguna,  me daba mucha vergüenza, era muy bonita, quedaba siempre silente  ante su belleza… hay veces que no es necesario hablar. Era raro que la hermana del Pillín fuese tan agraciada, el Pillín era  medio como yo, alejado de las armonías faciales y más cerca de la tosquedad: Moreno de nariz ancha….alguna vez pensé que podríamos ser familiares, nos parecíamos bastante.
La aventura de ese día en el bosque  fue magnífica, éramos cuatro muchachos absolutamente felices, libres de cualquier sentimiento de negatividad…éramos pura energía felina, unos aventureros naturales libres de prejuicios y de cualquier diferencia existente, éramos amigos ejemplares…unas aves, unos monos que subían y bajaban por los arboles, éramos  el otoño y la primavera del bosque… éramos la lluvia y el caluroso sol.
 Quizás fuese el Pillín el líder natural del grupo, no sé si  tanto por su avasalladora personalidad, (ya que todos teníamos lo nuestro, sobre todo el Jano)  o por sus ideas más alocadas y  traviesas que siempre validamos por cierto, o porque vivía estratégicamente al medio de nuestros hogares, separados a una cuadra de distancia justo en la esquina equidistante a nosotros. Pero la particularidad absoluta y  el motivo del liderazgo que ejercía el Pillín tenía más que ver con características externas a él que con su peculiar forma de ser. Era que estaba siempre solo en su casa y eso le daba un estatus inmediato, el sueño  que todos los demás añorábamos, ese aire independiente, para nosotros mocosos de entre once a doce años no era algo menor. Su casa nunca nos aproblemó en absoluto, al contrario, la disfrutábamos y la  queríamos como  nuestra. Era la más modesta de todas, modestia  de una pobreza que ahora miraríamos con cierta lastima y distancia, por lo menos algunos. Una media agua con dos habitaciones pequeñas, piso de madera y en algunos tramos cemento o simplemente tierra, una cocina pequeña que siempre tenía las tazas del té sucias  con las bolsas de té ocupadas varias veces, amarillentas, pero que servían para tres días -decía siempre el Pillín - y era verdad… servían para tres días de uso. Pero éramos libres y felices ahí dentro, el olor a pobreza nunca molesto nuestras fosas nasales. El patio,  un sitio amplio  de varios metros cuadrados, los suficientes  como para improvisar una cancha de futbol (era ideal para jugar a  un “tres contra tres”)   se transformaba en el lugar perfecto para pasar horas chuteando la pelota. Además, en el patio había un antiguo pozo de agua que se ocupaba para todas las  necesidades de la  casa, no tenían agua potable. Los   bordes de ladrillo y las  piedras clásicas del pozo eran acompañados de  un sistema  arcaico de extracción, una polea fija y un balde de plástico amarrado por una soga que daba la impresión que en cualquier momento cedía. La fuerza de brazos  era primordial para la extracción del vital elemento y eso se notaba en El Pillín, especialmente  cuando jugábamos a las luchas en  el improvisado rin de arena que también decoraba el patio, solo el Jano podía contra él,  éste nos ganaba a todos.
Elmo era el capo de las bolitas y el trompo, era un máster de la precisión y  la estrategia,  siempre pensé que si hubiese sido cowboy del oeste hubiera sido el más temido de su época, donde ponía el ojo ponía la bola, o el trompo. Jugábamos por lo general en las afueras de su casa ya que nos abrigaba en sombras un enorme sauce llorón que brotaba a despensas del estero (más encima hacia de local el muy cabrón). Tenía por lo menos quinientas bolitas que las guardaba celosamente en dos cofres de madera que le había regalado su bisabuelo, siempre llegaba con esa joya de antigüedad a las partidas y sabíamos que siempre tenía espacio en la reliquia para llevarse las nuestras –jugábamos al de “verdi”, pierde paga - . No estuve tan perdido visualizando al Elmo con pistolas y uniformes de vaquero, años después supe que había entrado a la marina, bien por él, siempre fue metódico y bien normado, caminaba bien erguido y era atlético; si bien no era el que sobresalía en las pichangas de fútbol como el Jano o el Pillín ni menos como yo, era el que siempre corría más rápido, nunca se cansaba. Trepaba los árboles con naturalidad y osadía y era el único que podía saltar el estero de un solo impulso…el gran Elmo…murió enfermo de un cáncer a los huesos, súper joven, no había cumplido los 30 años  y  estuvo postrado bastante tiempo antes de cambiar  de vida. Lo supe gracias a un cura que conocí tiempo después, en una conversación… un día de invierno.
A mí me decían el Mariposa, no recuerdo bien porqué… Vivía en la esquina de la misma calle que el Jano y El Pillín, el Elmo vivía en la esquina perpendicular, la que daba hacia el cerro y el bosque. El Pillín siempre decía que la ubicación de nuestras casas formaba  una gran “T”, por lo demás era cierto, una T de triunfo, decía…que éramos el mejor grupo de amigos… que nunca nos íbamos a separar… que cada uno triunfaría cuando fuésemos grandes…. y que inscribiríamos a nuestros hijos en el mismo equipo de fútbol… el Defensor. El Jano se emocionaba siempre cuando el Pillín se ponía a hablar sobre la “T” de triunfo. Realmente lo creían, no sé bien lo que pensaría Elmo al respecto, ya que nunca se pronunció, solo reía distante y nervioso cuando el tema salía al tapete, quizás sospechaba que nunca tendría hijos y que partiría temprano… Yo sabía que eso que hablaban El Pillín y el Jano sobre el futuro perfecto e idílico eran puras ilusiones de niños, si bien eran mis amigos y los quería como tal, algo en mi decía que pasarían cosas… que habrían distancias y días distintos. Este tipo de proyección fantasiosa solo podía generarse en la mente de un chiquillo como el Pillín, un paria que no asumía su realidad compleja y triste, una realidad de abandono y extrema pobreza, ahora entiendo bastantes cosas…
Fueron tres a cuatro años magníficos de complicidad y sincera amistad, de pensamientos blancos y risas abundantes. ¡Como echo de menos ese bosque, ese aire puro y el sonido de las hojas al patearlas!... acá lo único que se patea son los remordimientos y las culpas. ¿Por qué las cosas tuvieron que cambiar, porque tenemos la maldita capacidad humana de volvernos unas bestias?... Me hubiese quedado toda la puta vida de doce años, feliz, congelado. Conservo con orgullo e inmensa alegría aquella cicatriz, la “T” de triunfo que nos marcamos en el “pacto de amistad”, el mismo día que jugamos al juego de la verdad. Aún se me ve  la cicatriz en mi brazo izquierdo, aunque los tatuajes y otros cortes la camuflan bastante. ¿Se habrán tatuado alguna vez El Pillín o el Jano, tendrán otras cicatrices?
 Han pasado 23 años desde que me fui de la población donde crecí y perdí de vista para siempre a mis tres grandes amigos, perdí bastantes cosas. No le echo la culpa a las nuevas amistades  que tuve ni tampoco a mi mamá que se puso a beber más de la cuenta, menos a las drogas ni a los trabajos de fácil andanza,  cada uno elige su destino y  forja su presente, su miseria actual. ¿Pero cómo es posible que un niño deje de serlo y la adultez pase a ser su cruz? Imborrable  aquel día de bosque…las risas…la transpiración. Sin embargo fue El Pillín quien invitó y motivó la excursión, por contraste fueron los adultos, nuestros padres quienes no nos dejaban ir…por suerte los ignoramos.
  Acá, las cosas son de color gris, siempre es invierno, no existen los amigos desinteresados… no se escuchan  ni en sueños alguna verborrea inocente, menos  las historias blancas que contaban  mis  amigos de la infancia (El Pillín tenía algo de mitómano, inventaba cada historia…yo solo me reía, suspicaz)
 Es el cura el que me trae libros de vez en  cuando, es en el único  en quien confío acá, el mismo que en una conversación me habló del Elmo… conoció a sus padres. Me contó también que el Jano era profesor; al Pillín no lo conoció nunca. Gracias a él me  sumerjo en la lectura al igual que me sumergía en los juegos de antaño - es mi nueva droga -, y cuando me sumerjo en las diversas lecturas olvido por momentos esta cárcel que me abriga y castiga. Acá  estamos solos contra todos, ni las alianzas ni pactos se respetan, “sálvate solo” me dijo el Negro Perro, el primer día que llegué… que gran bienvenida.
 Bueno, me las gané no más, sabía que podía terminar así, en cana, lo que no sabía eran los tremendos vaivenes que da la vida…el cura me dice que tenga fe, que Dios ya me perdonó por mis delitos y por haberle quitado la vida a ese caballero… lo asalté… otro día de invierno.

 De lo   único que estoy seguro a estas alturas de mi vida, después de haber tenido una humilde niñez pero inmensamente feliz, después de haber visto a mi madre arruinada por el alcohol, después de haber entrado en las drogas y haber llegado a matar a un ser humano…después de todo eso, es que si el cura, quien me visita periódicamente, no tiene razón con lo que me cuenta y lee, nada tiene sentido en esta pasada por la vida, nada. Eso me tiene con un miedo insondable.

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