Cuando
entramos la habitación esta estaba en
silencio, deshabitada, los dos lechos de
plaza y media con sus cubrecamas impecablemente blancos y un gran cojín con
bordados dorados, la típica mesilla con ruedas que se manipula a antojo y que
sirve tanto para escribir como para comer, la puerta del baño justo en la mitad
del recinto y el biombo respectivo que divide y propicia una seudoprivacidad.
Nos dijeron que teníamos suerte ya que por lo general en este tipo de servicios
una de las dos camas está ocupada por
otro cliente, o podría ser que llegue en
cualquier momento, así que cruzábamos los dedos para poder disfrutar de una privacidad absoluta y esperábamos a que no llegue nadie… Una
habitación para ellas solas, una maravilla.
El
parto había sido normal, todo bien, todo cómodo, nuestra hija en nuestros
brazos, las enfermeras a disposición de la madre e hija y, naturalmente para la
vista y regocijo del padre - las coquetas enfermeras enferman a cualquiera-. Las
dependencias de la habitación clínica estupenda, me sentía un abc uno, caminaba
erguido por los pasillos para comprar café o alguna tontera, algún “tente en
pié. Las visitas empezaron a llegar… se
abalanzaban como es de costumbre en
estos tipos de acontecimientos… Todos con regalos, todos compitiendo por el
mejor presente. La visible felicidad de nuestros padres, hermanos y amigos,
todos con sus particulares sermones y
consejos filosófico-matemáticos…todos
opinaban y bendecían. El celular no paraba de sonar, me sentía un protagonista,
el principal, la felicidad estaba ahí; una niñita hermosa decían todos, yo
objetaba con cariño: “las guaguas no son muy agraciadas que digamos al nacer,
después sí que toman forma y se destacan, bueno no todas…”. Era
nuestro primer hijo, no sabíamos que…
Pesaba
el mes de mayo, yo estaba trabajando en dos colegios y por fin con horario casi
completo, eso significa, claro está, que las lucas mejoraban en comparación a
los años anteriores, aunque en esta
profesión el dinero es un tema limitado. Ella, la
madre de la maravilla, siempre ganó más dinero que yo, eso hasta ahora,
bien por ella y por sus tarjetas de crédito. Ese día, lo recuerdo perfectamente,
me llamó al celular el director del colegio donde trabajaba con agrado -el otro
colegio, un establecimiento que se jactaba del catolicismo, la solidaridad y la
moral pero, paradójicamente los
trabajadores despotricábamos a diario… un
típico caso de cinismo institucional exacerbado- y me dice que tiene que entrevistarse
urgentemente conmigo, a la brevedad, ahora mismo. A mí me sonó raro el asunto,
él sabía que estaba en la clínica por el tema del nacimiento y que me llamara a
una “entrevista” era, a lo menos, sospechoso. Me puse los pantalones y con voz
de padre de familia le dije que era imposible que fuese al colegio, que me tomé
los días que la ley da para estos casos
y punto, se acabó, me quedo en la clínica… No le quedó otra opción que decirme
la verdad, y la verdad era que no había ninguna entrevista, los colegas profesores
habían organizado una convivencia o vituperio donde se entregan regalos a los bebes que nacen, se
come y se bebe alguna bebida simpática, baby shower le denominan, una mierda de
ejercicio pero que a fin de cuentas se agradece por los obsequios. En el colegio
este tipo de acciones ya es una costumbre institucionalizada y nótese que es
un colegio laico, pagano dirían muchos;
en el otro colegio, el de la religión, moral y de las buenas costumbres
incluso miraron con recelo el que me
haya tomado los días legales para acompañar a la familia y hacer los trámites, que me correspondían legalmente por
cierto...de regalos nada…..ah, sí,
alguna sonrisa falsa.
Esa
tarde tomé el auto rumbo al colegio a buscar regalitos. La sensación era
extraña, pasaban por mi cráneo muchas imágenes y pensamientos disímiles, el
sentido de la paternidad me estaba llegando desde las alturas y causaba
sensaciones únicas pero que me impartían cierto temor, un temor dispuesto a asumir con agrado, con
asombro y cierta ansia. Me preguntaba
–aun lo hago y a menudo- quien era esta niña que aparecía en mi vida, quien era
esta criatura con el título de “mi hija”
y que no pude nunca imaginar tener, menos
su rostro o su risa, no me daba la imaginación para tal ejercicio visionario,
que cosas hará, que talento trae….Impresionante sentir esas cosas, inimaginable
e inmensurable sensación.
En
el colegio la cosa fue más o menos prevista,-creo
haber participado en un evento similar el año anterior- las felicitaciones,
abrazos, consejos, cuanto pesó, cuanto midió…. latas y más latas de palabras
con sonrisas que uno nunca sabe si son parte del profesionalismo del colega o
una actuación del mismo. Se formó un circulo, todos sentados en una silla
mirándonos entre sí, el vaso de plástico en la mano y en la boca
siempre, o con maní o queque. Y se procede a lo
simpático, siempre guiados por el “animador”… a jugar, a cualquier
tontera que este decida… Me consolaban los regalos que estaban en una mesa
todos apilados, eran varios, la espera valía la pena.
Me
devolví al hospital reconfortado y de cierta manera sorprendido por la cantidad
de regalos entregados por los colegas, ahí entendí que mis prejuicios son una
cosa crónica y siempre desmesurada, y que yo, en el lugar de ellos, hubiese
gastado mucho menos dinero en el presente.
Cuando llegué a la habitación estaba mi mujer
acostada con la niña en brazos tratando
de darle pecho. Entro, y me mira con
cierta inquietud y apunta con su mirada haciendo un leve giro del cuello y una mueca
con los labios hacia donde se
ubicaba el biombo, ahí entendí lo me decía… escuché voces… habían llegado los vecinos.
Fin de la privacidad. Yo venía con muchas bolsas con regalos así que la
impresión de ella al verme fue de sumo
agrado y de alguna manera menguó, por lo menos por un rato, el término de la privacidad en la
habitación. En un momento llegué a pensar que podríamos estar solos y que no llegaría
nadie. Pero nunca imaginé que las coincidencias llegaran a tanto.
Siempre
he sostenido que los acontecimientos, por buenos, malos, feos, tristes,
trágicos, patéticos o fomes pasan por algo, por algo que tendrá
significancia o quizás no tanto, pero que a fin de cuantas está determinando
algún detalle o protagonismo de algún momento a posterior. Las cosas al azar -
o simple suerte o compleja mala suerte - no me dan una respuesta lógica a todo
lo que puede llegar a significar una
situación “fortuita”. Esa tarde cuando iba en el auto en dirección a la clínica
con los regalos, apareció una reflexión que me acompaña desde pequeño, que
tiene que ver con situaciones idénticas
que pasan al mismo tiempo, por ejemplo: recuerdo haber pensado, en más
de una ocasión, mientras estaba en el baño haciendo alguna necesidad
fisiológica, cuantas personas al igual que yo están en este instante haciendo
lo mismo; o en el momento de una exquisita acción sexual y en pleno éxtasis
orgásmico, cuantos seres humanos estarán en este preciso instante en el mismo
éxtasis … me intriga ,no sé por qué
motivos, ese tipo de voyerismo coincidente y paralelo.
Escuché
voces…le pregunté a mi señora a qué hora habían llegado y me respondió que hace
como dos horas, que tenía pinta de
simpática la niña, que había llegado con la mamá y con una niña que presentaba un claro síndrome que
no sabía cuál sería (por la apariencia física, argumentó) y que había escuchado
que esperaba por una cesaría, me dijo. Yo desde el lugar de la cama donde me había sentado solo podía ver la parte
posterior de un hombro y el brazo de, al parecer, la madre de la compañera de
habitación. El biombo no lograba separar los dos ambientes del todo. En el baby
shawer del colegio tomé bastante bebida así que venía con unas ganas inmensas
de mear, me levanté de la cama y le pasé un par de regalos que tenía en una de
las bolsas para que los abriera y le dije que iba a mear, que no me aguantaba
más. El baño estaba casi justo al medio de la pieza más cargado hacia el lado
de la vecina, doy dos pasos hacia mi
objetivo urinario y quedo frente a la cama de la vecina. Hola le tuve que decir
a ella, a la madre y a la hermana, que estaba sirviéndose un vaso de agua mineral en la mesa móvil y lo
botó al verme… Me puse colorado, nervioso y me sentí confuso, pude percibir
claramente el asombro de las tres mujeres, la única que saludó fue la madre, la
hija chica no dijo ni pío, la vecina de la habitación tampoco saludó, pero su
cara se desfiguró.
Habíamos
pololeado casi tres años -también era su primer hijo-. Nos conocimos en
la universidad y lo pasamos bien hasta que todo se pudrió debido a mi extrema y
brutal sinceridad, yo creía que en las
relaciones de pareja no podían haber secretos y que el perdón existía como existen las aves o como viven las
mentiras entre nosotros. Pero ni perdón ni nada, me golpeo ese día tras la
confesión, lo recuerdo clarito y con lujo de detalles. Estábamos hablando en
las escaleras de las cachas del Alejo Barrios y yo le salgo con la confidencia.
Me gritó mentiroso, bastardo, infame, que estaba inventando todo porque quería
terminar con ella y no encontraba mejor excusa que inventar una historia…. me lanza la primera cachetada. Que no me
podía creer, que era un poco hombre un mentiroso….me pega otra más fuerte… Lloraba
desesperada, fueron unas cuatro o cinco bofeteadas a pleno rostro, quede tres
días con las mejillas rojas…se las traía la chiquilla. Anduve tras ella meses
tratando de reconquistarla, pidiéndole
perdón, que el amor existe y que se puede perdonar…. claro, para mí era
fácil, yo no tenía que perdonar nada, y bueno, las cacheteadas estaban saldadas… bien pegadas. Ella se metió con varios
muchachos de la universidad a posterior y se paseaba irónica por pasillos y bares de
la mano, más cuando me veía pasar…. Entré en una oscura depresión.
Ese
día y el posterior fueron extrañamente chistosos en la estadía de la clínica,
tuve que saludar a muchos personajes familiares y amigos de ella, que naturalmente conocí - fueron casi tres años -. Me reconocían y me saludaban extrañados, asumo que tenían
que haber pensar algo así al verme en la clínica: “este loco que hace acá…”, “como
es que se atreve a venir al parto de….si ya pasaron años”. Yo los saludaba a
todos, orgulloso y canchero, con mi hija en brazos, paseándome de lado a lado
en la habitación, haciéndole “cuchucuchu”, porque claro está, es cosa de buen
gusto, mi hija es mucho más bella que la de ella… y se acabó.
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