lunes, 20 de octubre de 2014

La Coincidencia


Cuando entramos   la habitación esta estaba en silencio, deshabitada, los dos lechos  de plaza y media con sus cubrecamas impecablemente blancos y un gran cojín con bordados dorados, la típica mesilla con ruedas que se manipula a antojo y que sirve tanto para escribir como para comer, la puerta del baño justo en la mitad del recinto y el biombo respectivo que divide y propicia una seudoprivacidad. Nos dijeron que teníamos suerte ya que por lo general en este tipo de servicios una de las dos  camas está ocupada por otro cliente, o podría ser que llegue  en cualquier momento, así que cruzábamos los dedos para poder  disfrutar de una privacidad absoluta  y esperábamos a que no llegue nadie… Una habitación para ellas solas, una maravilla.
El parto había sido normal, todo bien, todo cómodo, nuestra hija en nuestros brazos, las enfermeras a disposición de la madre e hija y, naturalmente para la vista y regocijo del padre - las coquetas enfermeras enferman a cualquiera-. Las dependencias de la habitación clínica estupenda, me sentía un abc uno, caminaba erguido por los pasillos para comprar café o alguna tontera, algún “tente en pié. Las visitas  empezaron a llegar… se abalanzaban como  es de costumbre en estos tipos de acontecimientos… Todos con regalos, todos compitiendo por el mejor presente. La visible felicidad de nuestros padres, hermanos y amigos, todos con sus particulares  sermones y consejos  filosófico-matemáticos…todos opinaban y bendecían. El celular no paraba de sonar, me sentía un protagonista, el principal, la felicidad estaba ahí; una niñita hermosa decían todos, yo objetaba con cariño: “las guaguas no son muy agraciadas que digamos al nacer, después sí que toman forma y se destacan, bueno no todas…”.   Era nuestro  primer hijo, no sabíamos que…
Pesaba el mes de mayo, yo estaba trabajando en dos colegios y por fin con horario casi completo, eso significa, claro está, que las lucas mejoraban en comparación a los años anteriores,  aunque en esta profesión el dinero es un tema limitado.  Ella, la  madre de la maravilla, siempre ganó más dinero que yo, eso hasta ahora, bien por ella y por sus tarjetas de crédito. Ese día, lo recuerdo perfectamente, me llamó al celular el director del colegio donde trabajaba con agrado -el otro colegio, un establecimiento que se jactaba del catolicismo, la solidaridad y la moral pero, paradójicamente  los trabajadores despotricábamos  a diario… un típico caso de cinismo institucional  exacerbado-  y me dice que tiene que entrevistarse urgentemente conmigo, a la brevedad, ahora mismo. A mí me sonó raro el asunto, él sabía que estaba en la clínica por el tema del nacimiento y que me llamara a una “entrevista” era, a lo menos, sospechoso. Me puse los pantalones y con voz de padre de familia le dije que era imposible que fuese al colegio, que me tomé los días que la  ley da para estos casos y punto, se acabó, me quedo en la clínica… No le quedó otra opción que decirme la verdad, y la verdad era que no había ninguna entrevista, los colegas profesores habían organizado una convivencia o vituperio donde se  entregan regalos a los bebes que nacen, se come y se bebe alguna bebida simpática, baby shower le denominan, una mierda de ejercicio pero que a fin de cuentas se agradece por los obsequios. En el colegio este tipo de acciones ya es una  costumbre institucionalizada y nótese que es un colegio laico, pagano dirían muchos;  en el otro colegio, el de la religión, moral y de las buenas costumbres incluso  miraron con recelo el que me haya tomado los días legales para acompañar a la familia y hacer los  trámites, que me correspondían legalmente por cierto...de regalos nada…..ah, sí,  alguna sonrisa falsa.
Esa tarde tomé el auto rumbo al colegio a buscar regalitos. La sensación era extraña, pasaban por mi cráneo muchas imágenes y pensamientos disímiles, el sentido de la paternidad me estaba llegando desde las alturas y causaba sensaciones únicas pero que me impartían cierto temor,  un temor dispuesto a asumir con agrado, con asombro y  cierta ansia. Me preguntaba –aun lo hago y a menudo- quien era esta niña que aparecía en mi vida, quien era esta criatura con el título de  “mi hija” y que no pude nunca imaginar   tener, menos su rostro o su risa, no me daba la imaginación para tal ejercicio visionario, que cosas hará, que talento trae….Impresionante sentir esas cosas, inimaginable e inmensurable sensación.
En el colegio la cosa fue más o menos  prevista,-creo haber participado en un evento similar el año anterior- las felicitaciones, abrazos, consejos, cuanto pesó, cuanto midió…. latas y más latas de palabras con sonrisas que uno nunca sabe si son parte del profesionalismo del colega o una actuación del mismo. Se formó un circulo, todos sentados en una silla mirándonos entre sí,   el vaso de plástico en la mano y en la boca siempre, o con maní o queque. Y se procede a lo  simpático, siempre guiados por el “animador”… a jugar, a cualquier tontera que este decida… Me consolaban los regalos que estaban en una mesa todos apilados, eran varios, la espera valía la pena.
Me devolví al hospital reconfortado y de cierta manera sorprendido por la cantidad de regalos entregados por los colegas, ahí entendí que mis prejuicios son una cosa crónica y siempre desmesurada, y que yo, en el lugar de ellos, hubiese gastado mucho menos dinero en el presente.
 Cuando llegué a la habitación estaba mi mujer acostada con la  niña en brazos tratando de darle pecho. Entro,  y me mira con cierta inquietud y apunta con su mirada haciendo un leve giro del cuello y una mueca con los labios  hacia donde se ubicaba  el biombo,  ahí entendí lo me decía…  escuché voces… habían llegado los vecinos. Fin de la privacidad. Yo venía con muchas bolsas con regalos así que la impresión  de ella al verme fue de sumo agrado y de alguna manera menguó, por lo menos  por un rato, el término de la privacidad en la habitación. En un momento llegué a pensar que podríamos estar solos y que no llegaría nadie. Pero nunca imaginé que las coincidencias  llegaran a tanto.
Siempre he sostenido que los acontecimientos, por buenos, malos, feos, tristes, trágicos,  patéticos  o fomes pasan por algo, por algo que tendrá significancia o quizás no tanto, pero que a fin de cuantas está determinando algún detalle o protagonismo de algún momento a posterior. Las cosas al azar - o simple suerte o compleja mala suerte - no me dan una respuesta lógica a todo lo que puede llegar a  significar una situación “fortuita”. Esa tarde cuando iba en el auto en dirección a la clínica con los regalos, apareció una reflexión que me acompaña desde pequeño, que tiene que ver con situaciones idénticas  que pasan al mismo tiempo, por ejemplo: recuerdo haber pensado, en más de una ocasión, mientras estaba en el baño haciendo alguna necesidad fisiológica, cuantas personas al igual que yo están en este instante haciendo lo mismo; o en el momento de una exquisita acción sexual y en pleno éxtasis orgásmico, cuantos seres humanos estarán en este preciso instante en el mismo éxtasis  … me intriga ,no sé por qué motivos, ese tipo de voyerismo coincidente y paralelo.
Escuché voces…le pregunté a mi señora a qué hora habían llegado y me respondió que hace como dos horas,  que tenía pinta de simpática la niña, que había llegado con la mamá y con  una niña que presentaba un claro síndrome que no sabía cuál sería (por la apariencia física, argumentó) y que había escuchado que esperaba por una cesaría, me dijo. Yo desde el lugar de la cama donde  me había sentado solo podía ver la parte posterior de un hombro y el brazo de, al parecer, la madre de la compañera de habitación. El biombo no lograba separar los dos ambientes del todo. En el baby shawer del colegio tomé bastante bebida así que venía con unas ganas inmensas de mear, me levanté de la cama y le pasé un par de regalos que tenía en una de las bolsas para que los abriera y le dije que iba a mear, que no me aguantaba más. El baño estaba casi justo al medio de la pieza más cargado hacia el lado de la vecina, doy dos pasos  hacia mi objetivo urinario y quedo frente a la cama de la vecina. Hola le tuve que decir a ella, a la madre y a la hermana, que estaba sirviéndose  un vaso de agua mineral en la mesa móvil y lo botó al verme… Me puse colorado, nervioso y me sentí confuso, pude percibir claramente el asombro de las tres mujeres, la única que saludó fue la madre, la hija chica no dijo ni pío, la vecina de la habitación tampoco saludó, pero su cara se desfiguró.
Habíamos pololeado casi tres años   -también era su primer hijo-. Nos conocimos en la universidad y lo pasamos bien hasta que todo se pudrió debido a mi extrema y brutal  sinceridad, yo creía que en las relaciones de pareja no podían haber secretos y que el perdón existía  como existen las aves o como viven las mentiras entre nosotros. Pero ni perdón ni nada, me golpeo ese día tras la confesión, lo recuerdo clarito y con lujo de detalles. Estábamos hablando en las escaleras de las cachas del Alejo Barrios y yo le salgo con la confidencia. Me gritó mentiroso, bastardo, infame, que estaba inventando todo porque quería terminar con ella y no encontraba mejor excusa que inventar una historia….  me lanza la primera cachetada. Que no me podía creer, que era un poco hombre un  mentiroso….me pega otra más fuerte… Lloraba desesperada, fueron unas cuatro o cinco bofeteadas a pleno rostro, quede tres días con las mejillas rojas…se las traía la chiquilla. Anduve tras ella meses tratando de reconquistarla, pidiéndole  perdón, que el amor existe y que se puede perdonar…. claro, para mí era fácil, yo no tenía que perdonar nada, y  bueno, las cacheteadas estaban saldadas…  bien pegadas. Ella se metió con varios muchachos de la universidad a posterior  y se paseaba irónica por pasillos y bares de la mano, más cuando me veía pasar…. Entré en una oscura depresión.

Ese día y el posterior fueron extrañamente chistosos en la estadía de la clínica, tuve que saludar a muchos personajes familiares  y amigos de ella, que naturalmente conocí    - fueron casi tres años -. Me reconocían  y me saludaban extrañados, asumo que tenían que haber pensar algo así al verme en la clínica: “este loco que hace acá…”, “como es que se atreve a venir al parto de….si ya pasaron años”. Yo los saludaba a todos, orgulloso y canchero, con mi hija en brazos, paseándome de lado a lado en la habitación, haciéndole “cuchucuchu”, porque claro está, es cosa de buen gusto, mi hija es mucho más bella que la de ella… y se acabó.

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