martes, 19 de agosto de 2014



                                                                                        La operación

No podías  dejar rastro alguno y para eso tenías que girar el desatornillador suavemente sin presionar demasiado, ya que en algunos casos, era fácil delatarse al sacarle un poco de pintura a esos pequeños tornillos, sobre todo si eran negros. Una vez sueltos todos  llevabas el cincuenta por ciento de la operación resuelta, lo difícil venia después, en teoría.
Costaba conseguir la música que escuchábamos, música underground, parafraseábamos orgullosos. La red de  contactos era limitada y siempre te  pedían algo a cambio, por lo general otro casete, una especie de trueque musical; otros te pedían dinero a cambio por la grabada, el trueque era lo mío, el dinero escaseaba en casa y en mis bolsillos.
Tenía trece o catorce años, un pendejo vestido de negro y con poleras  con vistosos estampados, por lo general pintados de sugerentes colores oscuros. Recuerdo que unos primos me molestaban por mi tendencia, me decían que me  creía malo , “jajajaja” , yo los ignoraba, ellos no tenían la seguridad al mirar a los ojos, menos una caminada con estilo -un balanceo con flexión de rodillas acompañado de un melódico movimiento  de hombros al avanzar- ,todo un estilo al mover los pies, si no tenias un estilo al caminar ni casetes que truecar no podías ser un “thrashers”, serias  como los demás, como la masa común y corriente, como los que caminaban recto y con sus peinados gomina… como mis primos, como todos  aquellos que no sentían una especie de malestar al abrir los ojos a diario y al anochecer.
Ya había conseguido suficientes casetes y una polera de una banda gringa, los gringos son igual que los ingleses o que los alemanes o que los judíos en asuntos metaleros, no hay ideología política aquí, hay casetes, poleras  y un grupo de amigos que te validan, nada más importa.
Los casetes ya abundaban en mi pieza, excelente: una pieza empapelada de caratulas de vinilos fotocopiadas en blanco y negro y posters de chascónes enojados… y coleccionar cada vez más casetes te daba cierto estatus, claro, podías intercambiar opiniones con los mayores del grupo de amigos, exigir a la hora del trueque y pedir el ultimo LP de la banda en cuestión. Todo era jerárquico, entre más casetes, poleras y  pelo largo, mayor validación. El cariño escaseaba también en eso tiempos.
 Con bastantes casetes, la mayoría piratas, claro está,  lo que empezaba a tomar relevancia eran la calidad de las grabaciones, el sonido. Tanta prostitución de cintas  deterioraba el producto, eso lo tenía más que claro, no siempre se podían copiar directo de vinilos… los cds aparecieron a posterior.
Una tarde, lo recuerdo claramente, fui a visitar a mi amigo de costumbre, este estaba en su pieza escuchando una banda nueva que le había llegado del viejo continente, creo que era Leviathan, y tenía sobre su cama dos casetes abiertos con las cintas afuera, le pregunte si era su radio la que había hecho el daño y me dijo que no, que estaba “operando”. Me reí y no hice comentario alguno, solo seguí observando la maniobra con suma atención. La operación, en resumidas cuentas, era abrir el casete, previa grabación, cambiar la cinta “original” por la que habías grabado, de esta manera te quedabas con la cinta que te habían prestado. Cuando devolvías el casete no habrían sospechas inmediatas ya que la cascara del casete era la misma, lo que no venia dentro era la cinta original.
Así, debo confesar 20 años después, cagué a varios de mis amigos, nunca nadie me dijo nada, pasé piola.

“Ni tan arrepentido ni encantado….”

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