La operación
No podías dejar rastro alguno y para eso tenías que
girar el desatornillador suavemente sin presionar demasiado, ya que en algunos
casos, era fácil delatarse al sacarle un poco de pintura a esos pequeños
tornillos, sobre todo si eran negros. Una vez sueltos todos llevabas el cincuenta por ciento de la
operación resuelta, lo difícil venia después, en teoría.
Costaba conseguir la música
que escuchábamos, música underground, parafraseábamos orgullosos. La red de contactos era limitada y siempre te pedían algo a cambio, por lo general otro
casete, una especie de trueque musical; otros te pedían dinero a cambio por la
grabada, el trueque era lo mío, el dinero escaseaba en casa y en mis bolsillos.
Tenía trece o catorce años,
un pendejo vestido de negro y con poleras con vistosos estampados, por lo general pintados
de sugerentes colores oscuros. Recuerdo que unos primos me molestaban por mi
tendencia, me decían que me creía malo ,
“jajajaja” , yo los ignoraba, ellos no tenían la seguridad al mirar a los ojos,
menos una caminada con estilo -un balanceo con flexión de rodillas acompañado
de un melódico movimiento de hombros al
avanzar- ,todo un estilo al mover los pies, si no tenias un estilo al caminar
ni casetes que truecar no podías ser un “thrashers”, serias como los demás, como la masa común y corriente,
como los que caminaban recto y con sus peinados gomina… como mis primos, como
todos aquellos que no sentían una especie
de malestar al abrir los ojos a diario y al anochecer.
Ya había conseguido
suficientes casetes y una polera de una banda gringa, los gringos son igual que
los ingleses o que los alemanes o que los judíos en asuntos metaleros, no hay
ideología política aquí, hay casetes, poleras
y un grupo de amigos que te validan, nada más importa.
Los casetes ya abundaban en
mi pieza, excelente: una pieza empapelada de caratulas de vinilos fotocopiadas
en blanco y negro y posters de chascónes enojados… y coleccionar cada vez más
casetes te daba cierto estatus, claro, podías intercambiar opiniones con los
mayores del grupo de amigos, exigir a la hora del trueque y pedir el ultimo LP
de la banda en cuestión. Todo era jerárquico, entre más casetes, poleras y pelo largo, mayor validación. El cariño
escaseaba también en eso tiempos.
Con bastantes casetes, la mayoría piratas,
claro está, lo que empezaba a tomar
relevancia eran la calidad de las grabaciones, el sonido. Tanta prostitución de
cintas deterioraba el producto, eso lo
tenía más que claro, no siempre se podían copiar directo de vinilos… los cds
aparecieron a posterior.
Una tarde, lo recuerdo
claramente, fui a visitar a mi amigo de costumbre, este estaba en su pieza escuchando
una banda nueva que le había llegado del viejo continente, creo que era Leviathan,
y tenía sobre su cama dos casetes abiertos con las cintas afuera, le pregunte
si era su radio la que había hecho el daño y me dijo que no, que estaba
“operando”. Me reí y no hice comentario alguno, solo seguí observando la
maniobra con suma atención. La operación, en resumidas cuentas, era abrir el
casete, previa grabación, cambiar la cinta “original” por la que habías
grabado, de esta manera te quedabas con la cinta que te habían prestado. Cuando
devolvías el casete no habrían sospechas inmediatas ya que la cascara del
casete era la misma, lo que no venia dentro era la cinta original.
Así, debo confesar 20 años
después, cagué a varios de mis amigos, nunca nadie me dijo nada, pasé piola.
“Ni tan arrepentido ni
encantado….”
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