jueves, 28 de agosto de 2014



20:05 PM.


No es un otoño cualquiera. Son las 19:00 horas aproximadamente y es la segunda vez en el día que Nora vacía su cenicero  lleno de colillas en el basurero. Basura es una palabra que Nora no ocupa mucho, le pasa lo mismo con soledad y sufrimiento. Afuera el viento es fresco y agitado. La mujer saca la pala y la escoba, como lo hace todos los días en una rutina perfecta y comienza a  barrer las hojas que han partido a descansar fuera de su puerta, en el pasillo de su vida.
Su casa, su marido   y las proyecciones familiares  son su vida.  Todo está idealizado mecánicamente en su cabecita, proyectado como en un telón blanco  insondable. No tiene un trabajo remunerado. Su casa es su trabajo, es jefa, empleada y mujer. De pocas amigas. Nora es guapa aunque no se asume como tal. Usa el pelo tomado siempre. Va a la iglesia todas las semanas.
19:35, Nora lo sabe por qué el reloj de la muralla le habla minuto a minuto. Debe haber tenido problemas con la locomoción, piensa. Su marido siempre llega antes de las 19:20. Prende otro cigarro. Baja el volumen de la radio y abre la puerta como esperando verlo entrar, pensó que lo podía sorprender, cierra la puerta y se ríe infantilmente terminando la jugarreta para sí. Entra a la casa y sube al segundo piso. Piensa en ordenar algunas cosas que se le haya escapado, algún adorno que no quedó en su lugar, los cosméticos o alguna cosilla fuera de su puesto, pero se da cuenta de que todo está en orden, menos ella. Se mira al espejo, se peina nuevamente. Baja  y el reloj la sorprende insegura. Prende otro cilindro y se sienta sobre el sillón que les regalo su bisabuela cuando se casaron. Siente unos pasos, sí, es él. Rauda se pone de pie y abre la puerta mostrando sus blancos dientes en una sonrisa transparente. No ve a nadie. Pasmada, frunce el ceño y se queda en sus pies… no hay nadie…los gatos, piensa. Sentada nuevamente en el sillón, su mirada se queda fija en el cuadro que su marido colgó hace meses, un cuadro de pintura que no entendía mucho y que le deba un poco de recelo - un hombre que camina por un sendero situado en un paisaje desértico, el hombre rompe el  fondo como saliendo del plano o de la tela y continua su caminar, mismo sendero, mismo paisaje…así tres veces la misma fórmula, como que el protagonista del cuadro pasa etapas en un juego de videos games pero sigue con su mismo traje, en el mismo camino y en el mismo paisaje - .

Nora  pensó que podría ser ella misma la de la pintura, pero que significaría eso, reflexionó. Se escuchan unos pasos, no hay duda, son los de su marido. Salta del sillón y sale al pasillo a recibirlo. Nada. No está. Le dice a viva voz que no se esconda por ahí, que  ya lo escuchó llegar. Nada, nadie responde a sus palabras. Me estoy asustando, le grita, déjate de tonterías, insiste. Nada, nadie responde. Prende un cigarro y se queda ahí parada, hace un poco de frio y se envuelve en sus brazos. Sabe que los pasos que escuchó son los de su hombre. No entiende la situación. Entra nuevamente, ahora angustiada. Mira hacia la cocina y se da cuenta que no ha puesto la mesa, es la hora de once. Enciende la tetera, arregla la mesa con dulce de membrillo y mantequilla. 20:05. Escucha ruidos, pasos. No son los de su amado, hay voces. Tocan la puerta. Es la policía  con una mala noticia.

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